El ayer y el
mañana
Andando por un camino
sin retorno ni vuelta atrás, la desesperación ciega
mi vana ilusión perdida en el tiempo, ahogando los
sentimientos perdidos en el ocaso de la noche, lo que
vendrá poco importa, el pasado ya no existe.
Lo
que habrá de venir se espera con miedo y temor, la
impotencia de lo que no se puede cambiar, la
frustración de lo que no se puede hallar, el miedo de
lo que no podemos encontrar.
¿ Qué salida
auspiciaremos cegados y atormentados ?, ¿ el final
tremendo de acabar con una soga en el cuello ?. ¿ ser
lo que siempre hemos odiado y morir en la pena ?, ¿
cobardes acurrucados en la falda de la hipocresía
?,
Somos incapaces de huir temerosos del que
será, incapaces de mantenernos en el presente que
odiamos, soñar es la única salida de nuestro amargo
tormento, y nuestra única vela que se va apagando
cuanto más la utilizamos |
Paranoia psicodélica de un borracho
(relato)
Eran las
seis de la mañana de un martes. A Víctor ya le habían
largado de un quinto bar y se dirigía presto
hacia otro garito que aun estuviese abierto. Menos mal
que a esas horas empezaban a abrir las cafeterías y no
tendría problemas para encontrar otro sitio abierto a
aquellas horas.
Víctor era un auténtico engendro
que meaba DYC de ocho años añadiéndole a eso
cualquier sustancia estupefaciente que su bolsillo le
pudiese permitir. Era un auténtico "prenda " de esta
sociedad. Andando en su lento y pausado caminar se
encontró una cafetería que estaba abriendo y
rápidamente se introdujo en ella. -¡Un pacharán por
favor!-, pidió Víctor sin tan siquiera dar los buenos
días. -Perdone, pero es que todavía no estamos
abiertos-, dijo el camarero. -¿Cómo que no han
abierto, y usted que está haciendo dentro de la barra?-,
respondió Víctor impertinentemente. -¡Haga usted la
amabilidad de marcharse sino quiere que llame a la
policía!-, le dijo el camarero realmente
enfadado. -¡Pero si sólo le estoy pidiendo una copa
de pacharán!, ¿acaso esta sordo?, una copita y
le juro que me marcho enseguida-, pidió
Víctor.
Víctor sacó de su bolsillo unas monedas y
las puso encima de la barra, el camarero que no
tenía ganas de problemas a aquellas horas de la mañana
le sirvió sus copas y siguió con sus tareas. Mientras,
Víctor bebía mirando al camarero barrer el suelo y
enchufar la máquina tragaperras y del tabaco, y éste
observaba con cara de mala leche cualquier mínimo
movimiento de su cliente.
Víctor era un hombre de
unos treinta y tantos años, aunque en
realidad su deteriorada apariencia física le
hacía aparentar muchos más, barriga cervecera,
barba descuidada, gafas roñosas, calvicie prominente y
un aspecto realmente descuidado y poco aseado.
Profesionalmente hablando era un mediocre escritor que
se mal ganaba la vida colaborando en editoriales
pornográficas escribiendo novelas y relatos guarros con
el pseudónimo de Flor de Primavera, el aparentar ser una
mujer de aire liberal y promiscuo le permitía vender
algunos libros de más, aunque no muchos. Licenciado de
poco futuro no le había interesado la vida de oficina y
rutina, y lo había dejado todo para dedicarse a escribir
con la metafórica idea de triunfar algún día y sentir
que la vida que siempre había soñado se hacía realidad,
pero en todo había fracasado estrepitosamente. Vivía en
una habitación de alquiler, un auténtico cuchitril de
mala muerte, bastante adecuado a su capacidad económica,
pero en ella tenía todo lo que podía desear, cama,
cuarto de baño y su máquina de escribir, además de la
ingente compañía de enorme cucarachas que campaban a sus
anchas en un entorno que las rodeaba de
felicidad.
Le daba vueltas a su copa mirando como
el hielo se derretía y mientras se encendía un
cigarro escuchó sonar la campanilla de la puerta
abriéndose a sus espaldas. Una mujer entró en la
cafetería y se sentó junto a Víctor. Morena,
pelo corto, veintitantos años, cuerpo de escándalo, sus
piernas eran sensualmente larguísimas acabando en unos
enormes zapatos de tacón y mostraba unos enormes ojos
verdes que derretían el sentido. ¡Si señor!, una
auténtica mujer de bandera, eso sí, con una pinta de
puta que tiraba de espaldas, a Víctor le encantaban las
mujeres con cara de viciosas. Disimuladamente
se hurgó en los bolsillos y observó que le
quedaban cincuenta euros, y que hacía ya
demasiado tiempo que solamente se la meneaba. -Oye,
¿eres una puta?-, la mujer le observó de reojo y empezó
buscar con la mirada al camarero. -Tengo
dinero, te puedo pagar, ¿sabes?. -¿Y cuanto dinero
tienes guapo?-, le respondió la mujer con
curiosidad. -Pues si pago esto, te invito a algo y me
compro un paquete de tabaco me quedarán unos
cuarenta euros-. -¡Con eso si quieres te miro como te
la meneas!, ¡Gilipollas!-, le decía la mujer
riéndose a carcajadas. -Y si lo dejamos en que me
haces un mamadita, aquí en el cuarto de baño.
Lo mío no va a durar más que unos minutos y tú te vas a
ganar un dinero facilito-, dijo Víctor
inquietamente. -A ver el dinero que lo vea!-,
inquirió la mujer desconfiadamente.
Víctor sacó
el dinero del bolsillo y se dirigió hacia el cuarto de
baño, mirando de reojo como la morena lo seguía
poco después. Era el cuarto de baño más
nauseabundo del mundo, olía a meados y mierda de
forma penetrante, vaya, el último sitio del
mundo donde te gustaría estar en el momento en
que te diese un apretón. Entonces escuchó como se
cerraba la puerta detrás de él y la imponente
morena se apoyaba en la puerta contoneándose
picarescamente. -¿Bueno, a qué esperas?-, le dijo la
mujer chupándose el
dedo lentamente.....
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