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[Savannah-hackers] ISABEL PEREZ -. ESCRITORA DE LA SEMANA - ANAMNESIS


From: Escritores theborderlinemusic.com
Subject: [Savannah-hackers] ISABEL PEREZ -. ESCRITORA DE LA SEMANA - ANAMNESIS
Date: Sun, 31 Oct 2004 18:58:21 +0100

 

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Isabel Pérez
Si se pudiera prever el porvenir de alguien por la cantidad de cosas que le han ocurrido antes de alcanzar la madurez, a buen seguro que el destino habría reservado para Isabel Pérez (Puente del Río, Almería, 1981) un hueco en los altares o una entrada en las enciclopedias. Sin embargo, su principal mérito consiste en que, a pesar de todo, siempre ha salido adelante sin dejar de ser la misma. Es estudiante de medicina en la Universidad de Granada, pero nunca ha renunciado a dar salida a una vena creativa por la que ya ha sido recompensada con un par de premios literarios. Lectora y espectadora entusiasta, aficionada a la música dotada de un paladar exigente pero no excluyente, Isa gusta de las sagas y de las rarezas, mientras consume cantidades ingentes de café para mantener tal nivel de actividad. Y, aunque ella no lo sabe y se siente rara, sabe expresar como pocos el espíritu de su tiempo. Hoy por hoy su mejor personaje es ella misma, pero aquí encontrarán alguno capaz de hacerle sombra, que no es decir poco. 

escribe a  Isabel Pérez  address@hidden

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ANAMNESIS
Y volver.
Y retroceder sin descanso.
Encogerse. 
Incurvar las piernas hasta la barbilla, rodearlas con los brazos.
Ocupar sólo una sexta parte de la cama y seguir disminuyendo. 
Menguar con cada lágrima, difuminarse, ser sólo un perfil borroso que también se diluirá por el corrosivo ácido de la tristeza.
Y no importa. 
Cerrarse y seguir reduciéndose, con una coraza de odio que por instantes se adapta a las nuevas y pequeñas dimensiones de lo que soy.
Shhh!!! Silencio. Más y más pequeña, ausente, yerma, sorda, muda y ciega. Muerta. Pero por desgracia aún viva. 
Eso es lo que me has hecho.
Y por encima de todas las cosas sigo menguando, minúscula, hasta ser sólo polvo silente que se lleve el viento para siempre lejos de todo lo que todavía me está haciendo daño.

Y regresar. A aquella noche, a todas las noches que fueron una copia de la misma maldita noche y destrozar ese recuerdo como destrozada está mi alma. Regresar a la noche eterna, a salvo en el vientre virgen de mi madre. 
Caliente y dulce refugio donde no hay lugar para la memoria ni para el futuro.

Tello me esperaba, habíamos quedado para preparar juntos un examen. Llegaba más de una hora tarde y aún no había salido de casa. La idea de no aparecer ganaba voz dentro de mi cabeza; pero cuando Ana se fue al colegio de Antonio, al quedarme sola, me decidí definitivamente a ir. Craso error.
Llevaba sólo las llaves y la carpeta. Avancé firmemente por el pasillo y llamé al ascensor. Taconeé impaciente mientras subía -hay que joderse, vivir en un séptimo- y ya no pensé en nada. 
Mi cara se estrelló contra el marco de ascensor varias veces y con fuerza. Intenté gritar, juro que intenté gritar; pero mi voz se evaporó al notar el tacto frío y punzante de una navaja dibujando una línea que cruzaba de un lado a otro mi cuello.

Era más alto y más fuerte que yo. El pasamontañas sólo me dejaba ver sus ojos, en los que no pude leer más que un desprecio inmenso y antiguo del que yo no era culpable.
Me cogió del pelo y comenzó a susurrar en mi oído; acaté cada una de sus órdenes y como un autómata me dejé arrastrar a las escaleras que suben al desván del portero.

Niña tonta. No gritar y mira que querías. Ni un miserable murmullo, nada. Solo silencio poblado de desgracia, de negación, de incredulidad, de interrogantes sin respuesta... 
Y notar las líneas paralelas. El dolor geométricamente delimitado por cada uno de los escalones que se clavaban en mi espalda bajo el demoledor peso del mundo que se me venía encima.
Y el frío. El helor que penetró y que aún persiste en cada rincón oculto de mi cuerpo.
Y el asco. El hedor de su aliento, la horrible facilidad con que su saliva se deslizaba por mi garganta; y no poder evitarlo.
Mirar sus ojos y no conseguir impedirlo. Implorar, suplicar, encomendarme a un dios en quien no creía no sirvió para salvarme.
Quería morir. Ya daba igual lo que pasara, solo quería sucumbir al olvido y no dejar rastro de haber estado nunca aquí. Borrar todo lo que fui antes de ese momento y desaparecer, diluirme en el tiempo y en el espacio; quise ser irreal, un sueño, un fantasma, aire, nada.

Y todo el dolor del mundo concentrado bajo mi vientre. Sentir el desgarro infinito de cada uno de los pilares de mi ser, el escozor provocado por mil cerbatanas que apuntaban allí donde más dolía, allí donde era imposible no herir mortalmente.
Y te fuiste.
Y no te apiadaste de mí y me mataste.

Preferiste huir prolongando para siempre mi agonía, persiguiéndome en cada uno de mis sueños, en cada esquina que doblo, en cada ojos que veo y vigilo.

Y en el miedo de llevar en mis entrañas un hijo tuyo, un hijo que derramaste y olvidaste para siempre. Un hijo al que tuve que matar sin darle siquiera la oportunidad de nacer y explicarse, un hijo al que maté sin dejarle por lo menos revelar el absurdo sentido de su presencia.
Y en el pánico de llevar entre mis venas un pequeño virus de apenas cuatro letras que imprime cada una de las personas que puebla con el estigma de ser un cadáver que aún no tiene fecha de defunción ni santa sepultura.
Y aún así no tuviste suficiente. No te bastó con el privilegio de ser el primero, marcaste a fuego mi recuerdo para ser también el único. 

Pero voy a sobrevivir. 
Vengo corriendo desde esa mota de silente polvo que fui cuando ya no quedó nada mío que destrozar, cuando no quedó cordón umbilical que me uniera a la vida. 
Vengo corriendo desde la condena de la memoria, rompiendo las cadenas, extendiendo los brazos para abrazar mi recuperada libertad.

Intenté matarte en mi recuerdo, pero parecías haberte hecho inmune a la muerte.
Encontré la salvación cuando ya no lo esperaba, cuando se habían cerrado las apuestas, cuando me había acostumbrado a perder.
Clavé la uñas en la armadura que rodeaba cada una de mis palabras y la arranqué. Hubo sangre en mis manos, pero no importó; porque era sangre nueva, sangre roja, sangre viva.
Y luche para encajar cada una de las piezas que me componían antes de que me encontraras. Me afané por juntarlas todas, por darles un sentido que diera sentido a mi existencia, por completarme, por reconocerme bajo el mismo rostro que hacía meses no veía.
Y casi completé el rompecabezas de mi vida; pero me faltaron algunas piezas. Llegó el trabajo que preveía más duro, volver a amar. No rehuir las caricias, no rechazar los besos. No aniquilar los caminos que podían conducirme a la felicidad.

Y lo conseguí. Encontré la pieza que faltaba en el jodido puzzle, me consumé. Esa pieza fueron las manos que cerraron tus heridas, los besos que borraron tu saliva, la ternura que anuló tu violación.
Estoy de nuevo viva. Ya se cuál es el camino, y aunque a veces pretenda desviarme y volver a ser la mota silente de polvo que vuela y desaparece se que no me dejará. Ya sé que nombre he de ponerle a mi felicidad, aunque sea cobarde y no me atreva.
Estoy aquí, te estoy desafiando a destruirme. 
Ven ahora y termina lo que hiciste o vete para siempre. Abandona cada uno de mis pensamientos, vacíame de ti y déjame seguir en paz.
Deja que encajen todas mis piezas, deja que se acoplen nuestros mundos y huye, deja libre el último reducto de mi miedo y volveré a respirar.

Uno, 

dos, 

tres, 

cojo aire, 

abro los ojos. 

Y contemplo una nueva primavera que tras un año de oscuro invierno florece ante mi, sostenida por tu mano, arropada por tu cuerpo...

A las dos piezas que compusieron de nuevo mi vida.
escribe a  Isabel Pérez  address@hidden

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